jueves, 19 de abril de 2012

SER INMORTAL


La noche llega fría y oscura a Iron Heaven, una ciudad de monumentales rascacielos construidos de cristal, granito y estructuras de hierro en su interior. El bullicio de los automóviles mientras transito por las calles hace del silencio un vago recuerdo de aquellas noches en que un vampiro, como yo, solía caminar en solitario, en la quietud de las tinieblas de la ciudad y cazar a los desprevenidos humanos después que el reloj marcaba las diez.

Soy capaz de percibir en el aire ese olor que distingue a las  grandes metrópolis y al que la mayoría ya se ha acostumbrado, sin embargo, a mí aun me parece sumamente molesto; el aroma a gasolina quemada, desperdicios y asfalto caliente, han convertido el arte de conseguir sangre humana tibia en una tarea complicada, pues esperar en la oscuridad de un apestoso callejón paso a ser un proceso complicado, pues las enormes pantallas que cuelgan de los edificios del centro eliminan toda privacidad llenando con su luz hasta el más alejado rincón.

Recuerdo que solía salir de casa pasadas las nueve de la noche, momento en que las calles se hallaban poco concurridas y eso me permitían atravesar rápidamente las siete manzanas que se interponían entre mi hogar y el parque central.  Al entrar en él gozaba al respirar el aire perfumado a flores y pasto mojado, sentir el viento fresco colarse entre los árboles mientras permanecía sentado por horas en una banca junto al lago de los patos, en el claro, a mirar las brillantes estrellas y la resplandeciente luna.

 Hoy en día, esa luz natural de los astros es opacada por las lámparas eléctricas en las aceras, los espectaculares aluzados y los radiantes anuncios de los negocios en toda la ciudad, además del smog que forma esa capa delgada de humo gris cerca de las nubes, impidiéndonos contemplar el firmamento. 

Ahora camino entre la gente que se amontona en las esquinas para cruzar la calle, quizás me equivoque ya que el sueño diurno me mantiene ignorante de lo que pasa durante el día, pero es como sí la gente prefiriera la noche para caminar, hacer las compras y pasar un buen rato con los amigos, lo que me obliga a cubrir mi rostro con unas gafas grandes y guardo mis pálidas manos en los bolsillos.

Al sentirme cansado de la agitación del centro, busco un lugar más silencioso, donde cualquier incauto esté a merced de la muerte a manos de los asaltantes o las mías… Sí, en el área industrial o la zona rosa me parecen perfectas, ambos, sitios donde en caso de cometer un crimen no sería muy llamativo.  No es muy difícil tener suerte ahí,  es sencillo seguir el rastro del aroma a sangre en el aire proveniente de alguna victima de asalto en las callejuelas, en “La Zona” ni siquiera los policías intervienen, pues existe lo que los humanos llaman “justicia callejera”.

El deterioro social me ha dejado un amargo sabor en la boca con el transcurrir de las décadas, no solamente por la sangre con restos de drogas y hormonas que estoy obligado a beber, pues no queda un solo trago limpio ni siquiera en los niños de toda la maldita ciudad; me enferma el saber que mi raza y mi nombre han sido olvidado. 

Los humanos resultan más peligrosos y sanguinarios hacia ellos mismos de lo que las criaturas de la noche pudieron llegar a ser en antaño, personalmente creo que me queda más moral y conciencia que todos los humanos juntos pueden tener.

Me resulta risible lo superficial que el mundo se ha vuelto, su concepto de dolor y sufrimiento han traspasado las fronteras de la realidad, el mal que una persona puede causarle a otra se distorsiona y los lleva a alcanzar niveles de atrocidad más allá de mi comprensión inmortal. 

Suelo imaginar que algún día despertaré de la pesadilla que representa estar rodeado de la desesperanza y el orgullo de esos seres, su pobre vida es corta y la desperdician en banalidades. Cuando menos lo esperan, la existencia se les ha esfumado frente al ordenador, se hallan muriendo en solitario, sin que su amigo virtual pueda ayudarlos. 

Los humanos más jóvenes inmersos en la tecnología, son presa fácil de la muerte, distraídos con sus aparatos, colgados de la red las veinticuatro horas del día, ni siquiera recuerdan lo que es la compañía, las palabra a un amigo, se vuelven cada vez menos expresivos, los emoticonos son su única forma de externar sentimientos. 

Todo ello me hace sentir viejo y miserable, ya no queda gente afable, quizás sea el único que sonríe y le desea las buenas noches a los transeúntes en esta época.

Me he mesclado entre los chicos para disfrutar de la “buena vida” como lo llaman ellos, regreso antes del amanecer a mi refugio.  Siempre veo a la misma prostituta de hace diez años, sigue intentando que me la lleve por un par de dólares, quizás alguna de estas noches la convierta en mi cena. Mientras paso a su lado me doy cuenta que es de las pocas precavidas que se mantienen sanas, quizás sea por que pasa de los treinta que sigue viva, pues las jovencitas tienen finales realmente trágicos antes de cumplir los veinte.

¿A qué le temen hoy en día los humanos? Todos sus pobres miedos se han vuelto realidad, obligándolos a ser más salvajes y primitivos cada día sin importar que tanto hayan evolucionado. El sistema social que alguna vez pudo llevarlos al éxito, hoy los sumerge en la miseria. Y quizás soy de los pocos seres que camina sobre la tierra que aún conserva sus miedos, atrapado en la conciencia de otra época, en el cuerpo y la mente de otra era, donde era importante hacer el bien y le temíamos al ser supremo omniviente que podía castigarnos con solo pensarlo.

Entre los míos, los seres eternos, muchos se han dejado llevar por la ola de la nueva era, sumergiéndose hasta el cuello por la porquería capitalista y la sus relaciones en la inestable situación política, la mayoría de esos vampiros han terminado por acabar con sus miserables existencias de placeres desmedidos y lujos insanos, al no poder escapara de la corrupción humana.

Resulta pintoresco encontrarse viviendo entre todo ello, estoy seguro de que parte de mi esencia se ha dejado llevar por ese estilo de vida, en el que me deleito sentado en la mesa de algún antro viendo los cuerpos delgados de las mujeres de mundo, en el que mi existencia es un susurro, pues los mitos sobre nosotros han desaparecido, nadie recuerda nuestro apodo, y los registros en los archivos electrónicos son cada vez menos consultados. 

¿Quién lo diría? Durante la inquisición nos escondíamos para no ser encontrados y evitar el fuego, y hoy muchos quieren ser tomados en cuenta y sentirse alabados como en antaño.

 Tengo la esperanza de que cómo todas las eras, está también sea temporal, y todo vuelva a ser como en mis tiempos, que alguno de ellos quite sus ojos de las pantallas y vuelva al mundo físico, se tope con nosotros y se gane el respeto suficiente para merecer la inmortalidad.

Hoy es mi día de suerte, veo a esa linda chica de cabellos en punta, pintados de rojo, de piercing en la ceja, en el labio y en la nariz, quien se aferra a mantener su identidad.  Lleva unos audífonos de diadema conectados al mp4 en la bolsa del pantalón, como la mayoría.  Saca un cigarrillo, lo enciende justamente cuando paso a su lado, aspira profundo, y deja salir algo del humo por su nariz.

            ¿Qué hora es, amiga?─ Digo deteniéndome, con la esperanza de que su sangre no esté enferma.

            Me mira sorprendida, a pesar de mis ciento ochenta años de vida, mi cuerpo se mantiene con su apariencia de adolescente, al morir tenía apenas 20 años. Dando una profunda fumada, mira su reproductor y contesta soltando el aire por la boca:

            Son casi las cinco y media, hermano.

            ¿Hermano?, eso si me sorprende.  Le echo un vistazo de cerca y me percato de que estaba en un error. No soy tan afortunado.

            Gracias, chica.

            ─Suerte para la próxima─ me dice sonriendo y mostrando sus blanquísimos colmillos.

            Sí, suerte para la próxima, solo alguien como yo tendría la mínima intensión de parecer humano en esta podrida ciudad. 

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