A
TRAVÉS DE LAS SOMBRAS
Penumbra, frío,
soledad.
El
abismo recibió mi alma incontables años atrás. Muerte. Las sombras me envolvían
en el flujo del fin cuando escuché la voz del amo llamarme de regreso a la
tierra de la carne y el hueso. Regresar. La sacudida me despertó del sueño
eterno. No tuve opción, me puse al servicio de aquella quien ha perdido su
nombre en el transcurrir de los siglos. Hoy la llamo: Señora mía. La dama que
me devolvió parte de la vida.
Agradecimiento,
coraje, frustración. Una vorágine de
sentimientos chocando entre sí me asediaban cuando pienso en el vacío que
existe después de la muerte. El miedo acalla cualquier reclamo, es imposible
competir contra el poder del ente que logró sacarme del ataúd de piedra donde
los restos de mi cuerpo humano reposaban.
Ceniza.
Sangre. Despertar. Una vez en su presencia, no me atreví a mirarle el rostro. Mantuve
la cabeza gacha todo el tiempo mientras su entelequia desvanecía la oscuridad
en la que me encontraba sumergido. Dirigió mi alma hacía la luz del mundo y la
ceniza se volvió hueso, el polvo se convirtió en carne, y recubrió mi
esqueleto, su sangre sustituyó la muerte, mis ojos se abrieron en la oscuridad.
Un susurro me devolvió la conciencia. Forró mi alma con la materia inerte. No
podía detenerla. No supe decir no. Dispuesto a cumplir su encomienda, grité de
dolor.
Al
principio contemplé aterrorizado un hecho que para ella resultaba natural.
Discernir los misterios de criaturas inmortales paralizó mi voluntad. Quién
pensaría que se trata de un juego cuando la sangre inocente se derrama sobre la
tierra de los hombres. Quién podría imaginarse la tiranía con la que los amos
manejan a cada ser sobre la tierra. Nadie podría si quiera sospechar que los
dueños de los milenios se deleitan con el sufrimiento ajeno. Nadie intuye cómo
las desgracias se ciernen sobre el mundo, dirigidas desde el crepúsculo con
hilos tejidos de mentiras. Nadie. Hasta que estas con ellos y ves de cerca la
crueldad.
Ignorantes.
Inocentes. Nunca saben en cuál bando juegan hasta que es demasiado tarde;
desaparecen del mundo convertidos en ceniza sin saber que sus destinos estaban ya
delineados por una figura que les señala el camino cada noche. Cansada de apostar,
mi señora decidió terminar las rivalidades con una partida final. Aquí es donde
entro yo. Por eso me trajo de vuelta.
Tracy,
encuentra a Tracy, murmuró una madrugada con esa voz imperiosa, dulce y firme,
esencial característica de su misteriosa existencia. Siempre con la mirada
perdida en la contemplación del infinito. No hubo instrucciones claras, ni
precisas, había sido una orden diferente a las demás. Pude notar un dejo de nostalgia
arrastrando sus palabras, su rostro estaba perdido entre el largo cabello
plateado que acariciaba el suelo aun estando de pie.
Orden,
petición, sugerencia. Pudo ser un consejo. Encuentra a Tracy, repetí para mí.
Frase corta, directa. Colgó de mi cuello, con el silencio habitual, un medallón
que contenía el abismo en la piedra incrustada.
―Ahora
las sombras te pertenecen ―dijo con la voz más pálida que jamás había
escuchado. Y volvió a su lugar para contemplar las estrellas.
―Sí,
mi señora ―contesté sin siquiera iniciar la pregunta que asaltaba mi mente.
Otros iban llegando para recibir instrucciones.
Desde
ese momento vagué por el mundo en busca de aquel individuo capaz de mantener la
cordura del amo. Podía ser cualquier cosa, pudo ser cualquiera, pero ella
eligió encapricharse con él. ¿Qué tenía de especial? Aún no lo sabía. Pero ella
lo quería y eso era lo importante. Complacer su capricho.
Tardé
casi un lustro en darme cuenta que el muchacho aún no nacía. Era por eso que mi
señora siempre se refería a él hablando de un tiempo futuro cuando le pedía más
tiempo.
―Mi
señora, no puedo encontrarlo ―supliqué piedad con inocencia.
―No
importa. Sigue buscando. Lo encontrarás muy pronto ―respondía ella cada vez―.
Cuando llegué el momento se lo contarás todo.
Yo
buscaba a un muerto-viviente. Ella no se había dado cuenta. Le tomó un tiempo aclararme
que antes de reclutarlo debía ser convertido en vampiro.
Agradezco
su infinita paciencia ante mi desesperación y las limitadas capacidades
psíquicas que he desarrollado para adivinar lo que quiere y cuando lo quiere.
Tuvo en consideración enseñarme a escudriñar dentro de las mentes humanas y los
pensamientos superficiales de los no-muertos para hacer más fácil mi labor.
Utilicé
el abismo colgante de mi cuello para atravesar las sombras de la noche. De un
parpadeo me trasladé hasta la ciudad dónde Tracy estaba naciendo.
Era
el segundo hijo de una familia muy unida. Un varón débil creciendo con mimos
excesivos. Caprichoso, desconsiderado. Maduró egoísta. Sin ninguna necesidad
verdadera de afecto o atención. ¿Cuándo estaría listo?, me preguntaba al mirar
con repugnancia su actitud desinteresada.
Tracy. Tracy. Tracy. Era
todo lo que escuché de la boca de mi señora por años. Apenas era un
adolescente, si seguía más tiempo cerca de él terminaría por contagiarme su
banalidad.
Algo
ocurrió y mi amo dio la siguiente orden. Me reuní con Pétreo, un viejo vástago
que tenía la sangre de las antiguas bestias corriendo en sus venas. Fue fácil
convencerlo para que convertir a Tracy en condenado. Mientras menos contacto
tuviera con el recién creado, mejor sería para todos. Incluso para mi señora,
si de pronto decidía aburrirse de él.
A
partir de ese momento todo se dio de manera natural y sencilla. Dejé migajas
aquí y migajas allá para que Tracy encontrara sólo el camino. Resultó mucho más
despistado de lo que pensé. ¿Podía alguien ser tan tonto?
Mi
labor había concluido, puse una nueva pieza, en el juego de los inmortales, del
lado de la reina de plata. Pero mi señora no tuvo suficiente con eso. Me
encomendó una nueva obligación:
―Cuídalo
―ordenó sin más.
Como
si fuera tan fácil evitar que un tonto declarado no muriera. ¿Héroe? No.
Inmaduro, irresponsable, suicida. Sí.